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Catequesis, Colombia, Educacion, Medellín, Parroquia San Vicente Ferrer, Tulia Alvarez Tejada, Vereda La Loma
Un día como hoy, hace 97 años, nació una mujer que se convirtió en un ícono de la Vereda La Loma. Queremos hacerle un sentido homenaje en muestra de gratitud, y exaltar su valiosa labor que aportó un legado invaluable a su amado territorio.
Nos referimos a una persona que dedicó muchos de años de su vida a enseñar. Su nombre es Tulia Álvarez Tejada, todos la llamaban cariñosamente “Tulita”, una maestra de formación empírica, que convirtió su casa en un lugar de aprendizajes, para brindarles educación a los niños que no tenían la oportunidad de acceder a la escuela regular.
Tulita nació un 16 de julio de 1919 y falleció el 24 de diciembre de 2014, en la Vereda La Loma, Corregimiento San Cristóbal. Sus padres fueron Pulpiano Álvarez y María del Tránsito Tejada. Tuvo ocho hermanos, siete hombres y una mujer. Su padre fue quien donó las campanas para la Parroquia San Vicente Ferrer. Fue hermana de Don Justiniano Álvarez, más conocido por todos como “Don Nano”, recordado por la comunidad como una persona que trabajó mucho en favor de la Vereda, de la Iglesia y de la Asociación Mutual San Vicente Ferrer.
Doña Tulia, en su juventud, según testimonios de don Luis Carlos Álvarez (Cucho), su sobrino, trabajó en casas de familia y en la fábrica donde hacían la famosa Pomada Peña. Fue catequista gran parte de su vida, preparó a muchos niños para su primera comunión, le gustaba trabajar para la iglesia y todos los lunes recorría la vereda vendiendo dulces caseros de todo tipo como: colaciones, cocaitas, cigarrillos de dulce, gelatina con pandequeso, bocadillos, chontas, panelitas, manzanitas y recolectando ayudas para la parroquia.
Durante muchos años tuvo bajo sus cuidados a numerosos niños, en espacios como La Catequesis y en su Escuelita, donde se dedicó a enseñarles las primeras letras a los niños y niñas que luego presentaban examen de admisión en la Escuela de San Cristóbal.
Se dice que desde 1967 tuvo un Kinder en su casa, ubicada en el sector San José. Muchos lomeños pasaron por su escuela y la recuerdan con mucho cariño, no olvidan el tablero verde que había en su casa, el patio donde los ponía a trotar y las canciones y poemas que les enseñaba a diario; notas que cantaba todas las mañanas sentada en la casa de los Nanos, hasta sus últimos días.
En 1988 tuvo un Hogar de Bienestar Familiar, que en ese tiempo era administrado por las Monjas del Convento de San Pedro. No se sabe con exactitud hasta qué año fue madre comunitaria, lo que tenemos presente es que fueron muchos años que le dedicó a los niños y le aportó a la educación y a la cultura de la vereda.
Ella fue una mujer que educó a los niños con mucho amor, pero también era muy estricta y de carácter fuerte, como ella lo decía: “que no faltara un pellizquito de vez en cuando, porque como eran de desobedientes había que pelarlos”.
Siempre les enseñó las buenas costumbres, les inculcó el amor a Dios y a su patria y a diario les repetía la frase: “Dios nos ve…”.
Además, de su labor con los niños, Tulita era reconocida en la vereda por haber participado en el Sainete y por su talento para el canto y declamar poesía. Ella misma se definía como una persona muy alegre, a quien le gustaba bailar a pesar de la pobreza en la que creció. Nacida y criada en Loma, un lugar que amaba y no cambiaba por nada. Muchos de sus habitantes la recuerdan con agradecimiento y sabemos que su legado estará en la memoria de muchos, quienes la recordarán por ser la persona que les enseñó a leer y escribir.